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La voces del Alma: La Sabiduría

Hay palabras que con el paso del tiempo van perdiendo su uso y van quedando relegadas, si no al olvido, si a un silencioso lugar. Las palabras son el medio que tenemos las personas para poder compartir las vivencias únicas y personales que tenemos cada uno.

Cuando una palabra cae en desuso es un síntoma de que algo importante y profundo de una cultura está cambiando. En nuestra época padecemos una invasión de términos informáticos que están sustituyendo a los que, no hace tanto tiempo, eran términos orgánicos ligados al mundo de la naturaleza.

Este cambio es un cambio profundo porque es a través del lenguaje como los seres humanos dotamos de significación a los acontecimientos que vivimos y conferimos valor a las experiencias que se manifiestan en nuestro mundo interior. De este modo el lenguaje opera como filtro de la experiencia y según sea el formato de ese filtro, limitando o amplificando el campo de los conceptos e imágenes que éstas evocan y sus múltiples significados diferenciadores, así quedará afectada nuestra comprensión de la vida. Porque aquello que no podemos convertir en palabras son experiencias que no se pueden integrar y que por tanto no nos permiten avanzar en el camino de la propia individualidad.

En este sentido no es lo mismo procesar que asimilar, integrar y madurar. En nuestra era de la información asistimos a un despliegue deslumbrante y todopoderoso de los medios de comunicación y de las redes sociales, verdadera revolución y alumbramiento de cambio de paradigma en nuestra civilización. Pero esta transformación en los medios y modos de comunicación está centrada en poner en marcha mecanismos de proliferación y saturación de información que produce el efecto opuesto al de la verdadera comunicación que requiere espacios de escucha y discernimiento crítico en la propia conciencia. Desde este punto de vista los mecanismos de comunicación de masas operan más en una estrategia de marketing y lavado de cerebro que en una estrategia que profundice en la auténtica comunicación interpersonal. El lenguaje se vuelve saturado de tópicos (trending topic), análisis superficiales y frases afortunadas que sustituyen a la elaboración profunda del pensamiento.

El lenguaje nos proporciona un modelo de mundo y en ese sentido un mundo tecnológico no es válido como metáfora de la vida porque la vida es orgánica, cambiante a lo largo del tiempo, y se desarrolla a través de procesos naturales que precisan atención cuidadosa (respeto a las leyes ecológicas) y conocimiento de los tiempos que se corresponden con las diferentes etapas de maduración de cada fruto.

Esta referencia de los procesos naturales que encuentran su expresión orgánica en los procesos de maduración del fruto es la imagen más cercana a los procesos de maduración psicológica de la que nos podemos valer para la comprensión de la vida del alma, nuestra vida más íntima y no condicionada, la expresión de nuestro ser.

En mi trabajo tengo la bendición de encontrarme ante personas que en un momento concreto de su vida entran en contacto con su malestar vital a través de múltiples y variadas experiencias de ansiedad, temor, impotencia, dolor, angustia, desamor, perdida... Estos momentos a menudo no son más que el llamado de nuestra alma a transformar nuestra manera de vivir a dar por concluida una etapa de nuestra vida y cambiar para iniciar una nueva fase. Para ello se hace imprescindible abandonar la anterior forma de vida (personas, actitudes, actividades, ideas acerca de uno mismo, los otros, la familia, el trabajo, el amor… de modo análogo a como las serpientes cambian su piel para poder ir desarrollando una mayor y más fuerte que les sirva para afrontar su nueva vida conforme van creciendo.

Nosotros somos también así, atravesamos con dolor, sentimientos de fragilidad y desamparo ese cambio de vida que nos insta, con mas o menos resistencias, a abandonar una atmósfera que se nos hace irrespirable y que amenaza nuestro equilibrio psíquico. Y nos adentramos a través del oscuro y estrecho útero de nuestra conciencia doliente hacia una nueva vida, un nuevo estado de nuestro ser que de momento no está disponible para ser visto puesto que solo se alcanza tras la travesía oscura que nos conducirá a ella.

Este proceso constituye la esencia misma de la maduración humana y es por ello que las diferentes crisis vitales son transiciones necesarias en orden a alcanzar ese estado de madurez y de sabiduría.

El problema de nuestro tiempo actual es que la aspiración de las personas no es la aspiración a madurar, y por lo tanto, a morir y volver a nacer a una nueva identidad más profunda, sino que se pretende acabar el viaje en la juventud de manera que todo lo que la vida ofrece para poder madurar se vive como problema y no como mano tendida para saber abandonar viejas expectativas, deseos y estados físicos y emocionales y atravesar el puente hacia una nueva y mas fecunda participación en los misterios de la vida.

El viaje humano ofrece la posibilidad de recorrer la aventura humana y adentrarse desde la vida intrauterina hasta el espacio desconocido de la muerte atravesando la infancia, la adolescencia, la adultez estructurada básicamente en torno a dos dimensiones la emocional-erótico-afectiva de la intimidad y la aportación personal al mundo a través del trabajo con independencia de que sea remunerado o no…, y la ancianidad como tiempo de acopio y recogimiento de toda la experiencia acumulada a lo largo de toda una vida. Tiempo de fermentación, de maduración y transformación de la experiencia en sabiduría que permite reconocer y alcanzar nuevas comprensiones cuando las experiencias se contemplan desde cierta distancia y después de haber vivido muchas otras experiencias que enriquecen y clarifican en su conjunto el valor y la enseñanza de cada una de ellas. 

Este es el gran tiempo como en el vino. Aquí se alcanza la denominación de Crianza, Reserva, Gran Reserva o si hay suerte “la mejor cosecha del siglo”. Todos estamos llamados a ser un producto con denominación de origen “vida vivida conscientemente” y de “la mejor cosecha del siglo”.

Pero para que este proceso se desarrolle de la mejor manera posible se precisan de una serie de condiciones óptimas que hay que procurar y garantizar a lo largo de todo el proceso. De modo análogo nosotros somos la uva y somos responsables de las condiciones que elegimos para cuidar de nuestra alma. La temperatura emocional de nuestras relaciones, su nivel de verdad, el nivel de sinceridad y autenticidad, el compromiso de todo nuestro ser con todos los sentimientos que moran en nosotros, las cubas donde vertimos nuestras almas, los espacios de relación, trabajo, ocio y cuidado emocional y espiritual en los que participamos y de los que va a depender en gran medida que nuestro proceso de maduración nos lleve a un envejecimiento maduro y sazonado de vida o a un estado de amargura y pérdida de vitalidad y esperanza. Y para ello requerimos del cuidado exquisito y continuo por parte de nuestra conciencia para asegurar que las condiciones idóneas se están preservando en la medida de lo posible.

Este es el camino de la madurez, el camino inevitable de la vida si la cuidamos como el camino inexorable de un buen vino si lo cuidamos desde la vid es el disfrute placentero que nos proporciona su aroma y su sabor cuando alcanza nuestra garganta y nariz.

Algo nos está pasando cuando carecemos de este cuidado amoroso que tienen los enólogos por sus vinos para aplicarlo a nuestras vidas. Algo importante nos estamos negando como seres humanos cuando acudimos a las pastillas de los “mercaderes de la ansiedad, el miedo y la angustia existencial” en vez de buscar cómo, dónde y de qué manera encontramos o creamos bodegas para nuestra alma. Espacios que permitan el acompañamiento de nuestro proceso de maduración personal para alcanzar la madurez como esos vinos distintos todos en aroma, sabor, color y composición pero que nos enriquecen y hacen gozar la vida (gracias sean dadas a Baco).

Y si dispusiéramos de esas bodegas también sabríamos a quien tendríamos que consultar cuando en la vida nos viéramos confundidos o atravesados por el dolor, la soledad o la desesperación y quisiéramos saber cómo seguir avanzando para que el vino de nuestra alma no se echara a perder.

Tendríamos esa imagen tan bella que yo a veces imagino de la farmacia del alma, siempre de guardia, en la que el "padeciente" entraría preguntando por una ayuda o acompañamiento en el mal que le asola en su travesía personal y pudiera encontrar en el “auxiliar de farmacia”-que podría de este modo cumplir su verdadera misión de servir de auxilio- una interesantísima y novedosa versión del vademécum en la que se le ofrecería la vida de los sabios, los que ya llevaron a cabo con éxito su propio proceso de fermentación y conocen en sus tripas la prueba y el camino que conduce mas allá de la misma.

Entonces lo que hoy la psiquiatría del siglo XXI enloquecidamente científica llama trastornos mentales: depresión, trastorno bipolar, personalidad múltiple, personalidad esquizoíde, trastornos de la personalidad y demás desmanes, y que no son más que los ritos de iniciación de una conciencia más sabia, más compasiva, más humana que no encuentra en nuestras actuales estructuras familiares, sociales y religiosas un espacio donde desarrollar su proyecto de persona,. se tratarían con un revolucionario tratamiento “vida vivida conscientemente”.

De manera que cuando Ana de 17 años y anoréxica fuera a a esa farmacia la recetarían unas amorosas y cálidas charlas con Antonia de 83 años que vivió la angustia de una adolescencia desesperanzada y descorazonada que la condujo a intentar suicidarse en varias ocasiones, afortunadamente sin éxito, para que hoy tenga el antídoto necesario a esa desesperación insoportable que amenaza la vida de Ana.  Antonio que está desesperado porque está sufriendo la ruina del negocio familiar y que tras un fracasado intento de refugiarse en la bebida tiene que afrontar la incertidumbre y la amenaza de la pobreza para él y los suyos podría hablar con Miguel que lo perdió todo en la guerra no solo las posesiones materiales de su familia, la más rica del pueblo, sino a su padre y hermano y a pesar de eso hoy habiendo atravesado los territorios del dolor, la rabia, la venganza, el odio, el terror, la soledad, la desesperación y la muerte, es capaz de brindar por la inmensa riqueza de la vida. Por la vida que existe más allá de la desesperación y del descorazonamiento.

 

Necesitamos de esta farmacopea y de esta vida abundante del alma que habita solo en nuestros mayores, en los que han andado el camino de la vida y han experimentado lo mismo que todos los seres humanos a lo largo de la historia: el dolor, el sufrimiento, la carencia, la enfermedad, el abandono, la muerte... y también en estrecha relación la felicidad, la alegría , el enamoramiento, la ternura, la comprensión, la escucha, el acompañamiento, la fiesta y la celebración, la naturaleza y el silencio, la danza de eros y el don de la sexualidad...

Llegados a este punto de mi sueño me gustaría sugerir una campaña de cartas a la Sra ministra de Sanidad reclamándola nuevos centros de salud donde se reúna toda la sabiduría desperdiciada y abandonada de nuestros ancianos, los que han recorrido la vida hasta el final.

Esos mismos ancianos cuyo bagaje vital fuente de la autentica sabiduría son despilfarrados como la comida y la energía en este el primer mundo ????????? (cum laude para el lumbreras encargado de asignar los ordinales al desarrollo en occidente). Estos mismos ancianos que en toda la historia de la humanidad y hasta el día de hoy en todas las tribus y sociedades “primitivas” que yo preferiría llamar primigenias son respetados venerados y cuidados porque son los portadores del saber del pueblo. No son jóvenes, ni guerreros, son los SABIOS.

Nosotros los occidentales les cambiamos por los JASP, consagrados por la liturgia del marketing de hace unos pocos años, Jóvenes Aunque Sobradamente Preparados. ¿De verdad lo son? ¿Cuánta cocaína corre por sus fosas nasales?... Porque no es lo mismo estar formado intelectualmente que estar preparado para la vida. Ellos serian los portadores del desarrollo de nuestra sociedad. Y así es, ellos acceden a los puestos de dirección y de responsabilidad porque han adquirido las armas del poder del mercado en este momento: máster MBA, idiomas y perfecto conocimiento de las nuevas tecnologías de la informática (la misma que me ofrece a mí la dádiva de tener mi propia página web)...

Pero convendría recordar una vez a los JASP las palabras de nuestros mayores, en especial los que han sido cazadores: “no es bueno que los niños toquen las armas”. Una civilización dirigida por "pueres" por edad o por inmadurez emocional no puede dar otro vino que este tan peleón que nos atraganta en forma de miles de ineficiencias y despropósitos.

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