La soledad Sonora
La Soledad Sonora
La Soledad Sonora, en feliz y magistral expresión de San Juan de la Cruz, nos sirve para referirnos al principio y fundamento del ser personal, del Alma.
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El Alma es individual, personal e intransferible y requiere de su propio hábitat para poder actualizar todo su potencial. El silencio constituye el humus sobre el que la vida anímica engendrara sus propias creaciones.
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La soledad nos abre al misterio de nuestra propia interioridad, de nuestra unicidad irrepetible, al ser extraordinario e irrepetible que cada uno de nosotros somos.
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El silencio ha formado parte del paisaje humano desde los orígenes de los tiempos hasta la invasión masiva de los dispositivos audio, de la que somos testigos y protagonistas en nuestros días. Se está privando a generaciones enteras, y por primera vez, de esa experiencia natural de estar en paz con uno mismo, ensimismado en el quehacer cotidiano o contemplando cualquier manifestación de la naturaleza: un árbol, un riachuelo, el atardecer, la montaña, el mar, la luna...
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La Civilización Tecnológica está socavando algunas vigas maestras del edificio de la identidad personal. La persona, para ser tal, ha de constituirse en sujeto de libertades y responsabilidad propias, lo cual requiere la capacidad de pensar críticamente y desarrollar una conciencia moral, que ya aparece en el desarrollo evolutivo desde las mas tempranas edades como ya nos enseñara Jean Piaget en las primeras décadas del siglo pasado o como desarrollaría mas adelante Lawrence Kohlberg.
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Pero sin lugar a dudas el pensamiento crítico y la moral propia presupone la capacidad y el habito de reflexionar sobre los acontecimientos vitales y disponer de un espacio interno propio donde aislarse del ruido externo y de las opiniones de los otros, que hoy en día y a través de los medios de comunicación adquieren la categoría de bombardeos interpretativos e interesados de la realidad por parte de sus voceros: "la voz de su amo".
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El nicho ecológico en el que crecen los niños en las grandes ciudades se ha transformado de manera extraordinaria en los últimos años. Las ultimas generaciones que crecieron en la calle en contacto con los espacios abiertos ya peinan canas y las nuevas generaciones crecen en una realidad de actividades programadas o pegados a una pantalla recreando a nivel virtual lo que antes era real.
Estos niños crecen en una suerte de "privación de contacto con la naturaleza, sus ritmos y sus enseñanzas". No hay espacio para el silencio y el reconocimiento de la propia individualidad, requieren estar permanentemente conectados a algo para no sentirse aburridos. ¿Que clase de realidad habita un niño cuando al quedarse solo emerge el aburrimiento? Ni el mundo interno de la imaginación ni el externo despiertan su curiosidad, se produce una atrofia de la conciencia y se reclama de manera permanente la presencia de algo que estimule desde afuera.
No es una pena menor para el alma y, en cierto modo, es una “pena de privación de libertad”, en el sentido de que se imposibilita el contacto con dimensiones fundamentales de la vida y de la psique que se asientan sobre la asimilación consciente de cuanto se vive.
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Hoy en día muchos chicos viven en un ecosistema inalámbrico donde el contacto humano se sustituye por las relaciones virtuales y las redes sociales, deteriorándose, de manera grave, la capacidad de vinculación emocional, que no se da primordialmente, ni de manera fundamental, a través del lenguaje, sino a través de la presencia y la expresión emocional entre las personas.
Japón, cuna de las modernas tecnologías, fue el primer país en sufrir auténticas epidemias de desequilibrios psíquicos graves en niños y adolescentes como consecuencia del uso permanente de todo tipo de dispositivos inalámbricos: trastornos adictivos, problemas de socialización e incluso síndromes neurológicos ligados a la actividad continuada del cerebro con estos dispositivos
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Pero para constatar las dimensiones de este cambio de cultura y civilización al que estamos asistiendo y que se expande por toda la tierra, quiero valerme de una experiencia de esta misma semana. Al acudir a contactar con una persona que trabaja con refugiados subsaharianos llegados a España, bien por patera o atravesando la valla de Ceuta o Melilla, me encuentro en el local situado en el centro de Madrid, con un grupo de unos 20 subsaharianos, de los que 15 estan conectados a un móvil y tan solo 5 se hallan hablando en circulo como las buenas tradiciones tribales establecen.
Son jóvenes que lo han perdido todo, si alguna vez tuvierón algo, que se han jugado la vida, que han sufrido travesias durísimas durante meses o años y que lo primero que reclaman y consiguen es un teléfono movil. El móvil pareciera convertirse en el bote salvavidas inalámbrico que les ha de llevar a tierra firme y a alcanzar la tierra prometida, que en sus cabezas justificó todos los riesgos y sufrimientos por los que han tenido que atravesar.
Los seres humanos no somos robots, ni elaborados dispositivos de inteligencia artificial, somos inteligencia emocional, somos alma. Y el alma presupone individualidad y se configura como destino personal. Por ello, requiere de su cuidado, un cuidado del alma que demanda atención y cultivo de los sentidos..., sensibilidad para las emociones internas y los acontecimientos externos..., silencio y contemplación de la vida y la naturaleza..., para poder acceder a la propia voz interior..., a la propia conciencia..., y de este modo desalinearse de la identidad programada por los medios de comunicación indoctrinarios y los profetas del pensamiento único.
Sólo de este modo podemos descubrir los aspectos individuales y diferenciadores de cada ser humano, accediendo a la conciencia propia y evitando caer en la vorágine de la alienación personal, que nos amenaza con nuevas y mas sofisticadas maneras cada día. En especial, son los mas jóvenes los más vulnerables, y los que en su inmadurez, corren mas fácilmente el peligro de quedar cegados por promesas seductoras, ya sean políticas, químicas o de cualquier otra índole.
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Sin silencio no hay personas, sino simples demandantes de atención y adictos a las modas y normas de los otros, “fashion victims” que buscan en la aprobación de los demás la propia valoración y autoestima. Sus carencias son explotadas por un sistema que a cambio de exonerar a las personas del trabajo de pensar por si mismas les convierten en marionetas que consumen toda clase de basura (comida, televisión, reality show).
Muchas personas temen la soledad, el trato consigo mismas y en esa huida de si mismos quedan enganchados a toda suerte de reclamos que de forma ilusoria pretenda llenar el lugar que solo puede llenar el alma.
Es necesario iniciar y cultivar el silencio, la reflexión crítica, la escucha del propio cuerpo, los sueños y ensoñaciones.
Es imperativo, en el proceso de convertirse en persona, encontrar un cauce para la expresión de la propia individualidad: la escritura, la pintura, el baile, cualquier manifestación artística a través de la cual pueda expresarse el misterio único e irrepetible que somos cada uno de nosotros.
Silencio e intimidad son dos espacios complementarios y necesarios para que el alma pueda encontrarse y expresarse en su propia verdad.
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