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El Placer de la Madurez: Acompañar a Crecer

Nuestra alma susurra a nuestro oido interior suaves y cálidas melodías, sutiles sensaciones y tempestuosos cánticos que pueden adentrarnos en territorios de miedo y terror... La escucha interior es un arte que nos permite acceder a los misterios de la abundancia de los dones del alma....

Cuanto mas nos adentramos en los confines de nuestra alma mas aprendemos a sintonizar con todo lo que sucede dentro de nosotros y a afinarnos como instrumentos musicales con el resto de instrumentos que forman parte de la orquesta de nuestra vida. Con asombro, empezamos a descubrir que la vida empieza a regalarnos nuevos matices y estratos de mayor profundidad y fertilidad....

La inspiración para escribir este nuevo artículo de la serie de las voces del alma se me impuso como agradecimiento a una sencilla carta recibida de una vieja amiga de Costa Rica. Sus palabras y su presencia tienen el poder de abrirme el corazón y permitirme adentrarme de manera espontánea en la cámara sagrada de mi alma...

“El 20 de Diciembre regresó mi hijo mayor de Nueva Zelanda. No lo había visto en un año, te imaginas que emoción, estar con el otra vez... regresó grande por dentro y por fuera, es un hijo maravilloso, lo amo tanto que solo me quedo mirándole y babeo por el. Y en estos días, solo le acompaño a crecer, pues todos los días me aclara que ya es independiente y yo de mama gallina no me queda mas que soltar la cuerda... bueno es muy placentero verlo crecer con esa plenitud y aplomo, es todo un caballero romántico y emprendedor, lo disfruto tanto... No lo reconocerías, mide 1,90, le quedo de desodorante”

Al instante percibo que su carta es una enseñanza de una mujer madura que se adentra en esa transición hacia la madurez que permite comprometerse en las relaciones interpersonales no desde el deseo narcisista de obtener el propio bienestar a costa del otro sino en convertirse en la matrona que facilite el nacimiento a la propia conciencia personal e individual del otro.

La naturaleza nos enseña cada año que la existencia se estructura en diferentes estaciones, cada una de las cuales tiene sus propios dones y esta conectada con la siguiente: Primavera, Verano, Otoño e Invierno son las cuatro estaciones del año y una metáfora muy precisa de toda vida humana como muy sabiamente ha sabido mostrar en el cine recientemente.

Saber cambiar de estación... soltar la cuerda... dejar que las hojas se caigan de las ramas... es la única manera para que la vida asegure una nueva primavera y el nacimiento de nuevas hojas... Pero a menudo en nuestras relaciones exigimos que la primavera sea eterna... o que el calor del verano no se pierda... Nos cuesta adentrarnos en el otoño..., en la perdida de nuestras sensaciones, deseos y ensoñaciones mas queridas..., nos oponemos a adentrarnos en el frío invierno de la incomprensión, la frustración, la rutina que congela la ilusión, la emoción y el corazón... Pero todo ello es necesario si queremos que la vida pueda dar fruto dentro de nosotros.

En nuestras relaciones de padres e hijos y de pareja nos cuesta reconocer que querer al otro es darle espacio, libertad, “soltar la cuerda”... para que el otro sea el mismo, reconozca su propia fuerza, su impulso vital, su propia alma...

Y en esta tarea podemos encontrar sentimientos paradójicos de tristeza, porque la independencia del otro nos hace perder el lugar que ocupábamos antes en su vida, el sentirnos imprescindibles y necesarios, y de alegría porque contemplamos la maravilla de la vida cuando es cuidada y respetada. Es entonces cuando podemos asistir al milagro extasiado de contemplar el esplendor y la abundancia de la vida.

Pero esta labor de dar espacio al crecimiento del otro..., de acompañar al ritmo y de la forma en que el otro lo necesita..., requiere que nosotros nos impliquemos con las personas que decimos querer desde un corazón abierto sensible y amante...

Solo quien ama de verdad puede acceder a descubrir el placer de ver que una persona está creciendo conectado a su verdadera alma..., irradiando la energía de la propia autenticidad... Puede entonces admirarse de ver como una persona crece a partir de sus propios intereses vitales..., de sus propias búsquedas..., descubriendo su propia fuerza y los dones que la vida le ha
otorgado gratuitamente...

Cuando nos oponemos a los deseos de separación de los que decimos querer asfixiamos la capacidad de independencia e individualidad del otro y solo conseguimos sembrar el resentimiento en su corazón... Si aceptamos como parte del proceso de amar el dejar al otro ser el mismo y que encuentre la distancia que necesite en su relación con nosotros, recibiremos la bendición de ser facilitadores de todo este proceso de crecimiento luminoso.

La naturaleza una vez más nos instruye en la sabiduría de la vida y nos propone como enseñanza la práctica de la hembra que picoteando a sus polluelos los proyecta al espacio infinito de su libertad donde aprenderán a encontrar su propio vuelo..., a descubrir la fortaleza de sus alas... y la destreza de su vuelo.... El mismo proceso hemos de vivir cada uno de nosotros, abandonando el calor del nido, para saborear la infinidad de paisajes y colores que la vida nos ofrece y para aprender que también podemos herirnos cuando fallamos el vuelo, porque vivir implica riesgo en todo momento y circunstancia...

Cuando somos incapaces de poner nuestro corazón al servicio de las personas que amamos e imponemos nuestras necesidades de compañía o cercanía a las necesidades del otro, a menudo nos autoengañamos diciendo que lo hacemos por el bien del otro... Esperamos que renuncien a volar en nombre de que en ningún sitio estarán mejor que junto a nosotros o de que todavía no están preparados para afrontar por si mismos la vida... De esta forma debilitamos la conciencia del propio poder personal y de la autoestima de los que decimos querer..., inoculando sentimientos de inseguridad, impotencia o culpa que enredan las alas hasta tal punto que impiden a la /persona volar.

El resentimiento y el malestar invaden nuestra alma y envían al exilio el placer, la alegría y el gozo que se experimenta al poder ser uno mismo y volar con sus propias alas. El malestar personal se instala en nuestra alma y se expresa en desanimo..., tristeza..., pérdida de ganas de vivir..., insensibilidad..., falta de motivación..., depresión....

Pero ¡qué pájaro no se deprimiría si tuviera que renunciar a sus alas para volar, y vivir encerrado en su propio nido!.

Los pájaros en ese caso se morirían y de modo análogo nuestra alma muere cuando permanece demasiado tiempo en un lugar que ya no alimenta ni enriquece nuestra experiencia de la vida. Se convierte en un río estancado donde la vida se muere. Nuestra alma muestra en estos casos los alarmantes síntomas de la anorexia del alma: la desconexión de la energía vital..., la carencia de relaciones profundas y significativas que comprometan nuestros corazones..., la falta de deseos..., la mutilación de nuestros sentimientos... y una rutina que hace de nuestros días un tiempo estéril e improductivo donde nada despierta nuestro interés ni ilusión....

Crecer como personas está ligado a aprender a discernir y a acompañar al otro en su camino personal e intransferible de ser el mismo, de permitir que el don de su alma encuentre expresión en el mundo externo, de que encuentre la distancia que le permita ser el mismo y relacionarse desde el deseo y la libertad claves necesarias para entonar la sinfonía del amor.

Luis Carlos Gómez Serrano
Psicólogo-Cuidador del Alma

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